Él era consciente de que no la amaba. Nunca lo había tuteado. Los vecinos habían acudido cuando oyeron la carrpana del camión de bomberos, creyendo que era un incendio, y si no ocurrieron trastornos peores fue porque los colegios estaban cerrados en domingo. – Su deber era denunciarlo -dijo el médico. Todos los viernes después de la escuela se sentaba frente a las oficinas de la Compañía Fluvial del Caribe, repasando un libro de láminas de animales tantas veces repasado que se caía a pedazos. La hizo, pero breve y mal, porque de regreso a casa encontró que los bomberos habían causado estragos casi tan graves como los del fuego. En la cantina, Florentino Ariza y Fermina Daza se tomaron un refresco de botella sentados como estudiantes frente al mostrador, y ella se vio de pronto en una situación temida. Todo lo que fue del esposo le atizaba el llanto: las pantuflas de borlas, la piyama debajo de la almohada, el espacio sin él en la luna del tocador, su olor personal en su propia piel. Florentino Ariza estaba aquella noche en el hotel de paso, jugando barajas con Lotario Thugut, cuando le avisaron que tenía un llamado telegráfico urgente. Eran más bien las palabras del hombre que a la tía Escolástica le pareció inspirado por el Espíritu Santo, y este pensamiento volvió a asustarla como la primera vez. Platos: Asorrete, filete de cordón, lengua cubierta o en salsa, lomo de cerdo blanco, mollejas de pollo salteadas. En una olla grande echas a cocinar la yuca, los trozos de plátano, las papas, la arracacha, las mazorcas y un tallo de cebolla en un litro de agua hirviendo. No era fácil saber quién estaba más cohibido, si el médico con su tacto púdico o la enferma con su recato de virgen dentro del camisón de seda, pero ninguno miró al otro a los ojos, sino que él preguntaba con voz impersonal y ella respondía con voz trémula, ambos pendientes del hombre sentado en la penumbra. Fue entonces cuando Fermina Daza tuvo la revelación de los motivos inconscientes que le impidieron amarlo. Apostado en el balcón de la telegrafía, Florentino Ariza reconoció la goleta cuando atravesaba la bahía de Las Ánimas con las velas desalentadas por la lluvia y ancló frente al embarcadero del mercado. – Cómo será de noble esta ciudad -decía- que tenemos cuatrocientos años de estar tratando de acabar con ella, y todavía no lo logramos. Ella no dijo ni que sí ni que no, sino que le tendió la mano a Florentino Ariza con una sonrisa de salón. Una novela de Nahum Montt. Él le contó con cuánta ansiedad la había visto siempre en los Juegos Florales, en el vuelo en globo, en el velocípedo de acróbata, y con cuánta ansiedad esperaba las fiestas públicas durante todo el año, sólo para verla. EL CAMPESINO EMPLEA LATAS DE GUADUA, PALOS REDONDOS, CAÑA BRAVA, Se retiró de buen talante, y hasta con una cierta gracia que no le era fácil. Nadie fue distinto de como ella quiso que fuera, tal como le ocurría con las ciudades, que no le parecían mejores ni peores, sino como ella las hizo en su corazón. En medio de tantas averiguaciones encontró otras noticias que no conocía, o que no andaba buscando, y entre ellas la de la muerte de Lorenzo Daza en la aldea cantábrica donde había nacido. Un turpial cantaba en la jaula colgada en el alero. En la tienda de especias, por el puro placer del olfato, estrujó hojas de salvia y orégano en las palmas de las manos, y compró un puñado de clavos de olor, otro de anís estrellado, y otros dos de jengibre y de enebro, y salió bañada en lágrimas de risa de tanto estornudar por los vapores de la pimienta de Cayena. El doctor Juvenal Urbino le hizo un saludo alegre con la mano, y el joven médico se puso de pie y le respondió con una reverencia. En cambio Fermina Daza, su esposa, que entonces tenía setenta y dos años y había perdido ya la andadura de venada de otros tiempos, era una idólatra irracional de las flores ecuatoriales y los animales domésticos, y al principio del matrimonio se había aprovechado de la novedad del amor para tener en la casa muchos más de los que aconsejaba el buen juicio. Eran gentes de vidas lentas, a las cuales no se les veía volverse viejas, ni enfermarse ni morir, sino que iban desvaneciéndose poco a poco en su tiempo, volviéndose recuerdos, brumas de otra época, hasta que los asimilaba el olvido. – Pero de esto no habíamos hablado -dijo. Ella le contestó dos días más tarde, muy conmovida, muy amable, pero sin una palabra de más ni de menos, como en los grandes días del amor. Creyó morir de alegría. Esta identidad, usurpada al personaje de un cuento para niños, era la única que la dejaba conforme. Fermina Daza no pudo reprimir un suspiro de alivio cuando le llegó la noticia de la muerte, y no le guardó luto para evitar preguntas, pero durante varios meses lloraba con una rabia sorda sin saber por qué cuando se encerraba a fumar en el baño, y era que lloraba por él. El doctor Urbino apenas alcanzaba a distinguirlo entre las frondas, y trató de convencerlo en español y francés, y aun en latín, y el loro le contestaba en los mismos idiomas y con el mismo énfasis y el mismo timbre de voz, pero no se movió del cogollo. Se acordó de la viuda de Nazaret, la única con la que profanó la casa materna de la Calle de las Ventanas, aunque no hubiera sido él sino Tránsito Ariza quien la hizo entrar. En el primer aniversario de la muerte de Juvenal Urbino, la familia envió esquelas de invitación a una misa conmemorativa en la catedral. Por lo único que le interesaba entonces acompañar con el violín a Lotario Thugut en el mirador privilegiado del coro, era por ver cómo ondulaba la túnica de ella con la brisa de los cánticos. Ella siguió pensando en él hasta el amanecer, convencida por fin de su amor, y a medida que el anís la abandonaba en oleadas lentas la iba invadiendo la zozobra de que él se hubiera disgustado y no volviera nunca. Estaba perdida en la ansiedad de entender. Abrirlos y sazonar con sal, pimienta al gusto y el jugo del limón; cerrarlos y dejar marinar por 30 minutos. Había dicho: “Ya me sobrará tiempo para descansar cuando me muera pero esta eventualidad no está todavía en mis proyectos”. Pero logró sobrevivir un instante apenas para decir que no, que sólo había pasado a preguntarle cuándo podía recibirle una visita. Pero a la una de la tarde estaba resuelta la emergencia, y sólo faltaba el postre encomendado a las monjas de Santa Clara, que se habían comprometido a mandarlo antes de las once. Lo más frecuente, sin embargo, era pasar la noche en rancherías de indios, dormitorios públicos al aire libre construidos a la orilla de los caminos con hileras de horcones y techos de palma amarga, donde todo el que llegaba tenía derecho a quedarse hasta el amanecer. • VEGETALES: PAPITAS DE HUERTA FRÍANA, ULLUCOS, ENVUELTOS DE MAÍZ. Florentino Ariza se sorprendió porque era la adivinación de un pensamiento que no lo dejaba vivir desde el inicio del regreso. Los hijos de Fermina Daza volvían a casa poco antes de las cinco. Pero no consiguió ni un indicio ínfimo de que fuera en realidad la depositaria de la otra mitad de su secreto. De todos modos fue siempre un médico caro y excluyente, y su clientela estuvo concentrada en las casas solariegas del barrio de los Virreyes. – Si yo tuviera cincuenta años menos -le decía- me casaría con mi tocaya Leona. “Los hombres somos unos pobres siervos de los prejuicios -le había dicho él alguna vez-. 1 cebolla cabezona blanca grande picada. Además, en la furia de la derrota había descuidado la cuenta de sus brandis. Quíteselo.” Con un rápido ademán de prestidigitador se sacó el pañuelo del bolsillo y se vendó los ojos. De Prudencia Pitre, la más antigua de las sobrevivientes, conocida de todos como la Viuda de Dos, porque lo era dos veces. Pero ella conservaba los resabios del esposo y no quería conocer una ciudad helada y sombría donde las mujeres no salían de sus casas sino para la misa de cinco, y no podían entrar en las heladerías ni en las oficinas públicas, según le habían dicho, y donde había a toda hora embotellamientos de entierros en las calles y una llovizna menuda desde los años de la mula herrada: peor que en París. Pensaba en Rosalba, cuyo recuerdo se hacía más ardiente a medida que se apaciguaban los otros. “Te vas a gastar el seso -le gritaba desde el dormitorio cuando oía cantar los primeros gallos-. A la medianoche en punto fue a la cocina, preparó y llevó al cuarto un termo. EMPLEO DE TABLAS CEPILLADAS Y ACHAFLANADAS Y DE PINTURAS DE ORIGEN Ella se asustó, pues la primera advertencia que le hicieron para darle el empleo de barrendera fue que no intentara acostarse con los clientes. Cuando lo construyeron los precursores alemanes, pintaron de rojo el cinc de los techos y de blanco brillante los tabiques de madera, de modo que el mismo edificio tenía algo de buque fluvial. Fermina Daza se habría creído frente a un loco, si no hubiera tenido motivos para pensar que Florentino Ariza estaba en aquel instante inspirado por la gracia del Espíritu Santo. Bebidas: Fresco de Aguacate. Los cerrajeros llegaron sin anunciarse, y armaron un escándalo de guerra poniendo un cerrojo en la puerta para que pudiera cerrarse por dentro. En vez de asustarlos más, como lo estaba ella, les hizo la caridad de ayudarlos a conocerla. Pero era Fermina Daza la que tomaba las decisiones. REGIÓN PACÍFICA. Vieron una película basada en un libro que había estado de moda el año anterior, y que el doctor Urbino había leído con el corazón desolado por la barbarie de la guerra: Sin novedad en el frente. SE DESTACA EN POPAYÁN EL PLATO DE NOCHEBUENA O PLATO NAVIDEÑO, QUE POR SU CONTENIDO ES EL MÁS COMPLETO DE COLOMBIA, COMPUESTO POR HOJALDRAS, ROSQUILLAS, DULCE BLANCO -MANJAR PAYANES, DIFERENCIADO DEL DE OTRAS REGIONES POR LAS MAYORES PROPORCIONES DE LECHE QUE CONTIENE-, MANJARILLO, DULCE CORTADO, DESAMARGADOS, ENTRE OTROS. Había decidido eliminar de una plumada la sección conflictiva y repartir los problemas para que fueran resueltos por los mismos que los creaban, de acuerdo con la sugerencia de Leona Cassiani, y había inventado para ella un puesto sin nombre y sin funciones específicas, que en la práctica era el de asistente personal suya. Durmió a saltos, viendo al doctor Juvenal Urbino por todas partes, viéndolo reír, cantar, echando chispas de azufre por los dientes con los ojos vendados, burlándose de ella con una jerigonza sin reglas fijas en un coche distinto que subía hacia el cementerio de los pobres. La vida se le imponía desde fuera. En todo caso, el matrimonio feliz de Fermina Daza había durado lo que el viaje de bodas, y el único que podía ayudarla a impedir el naufragio final estaba paralizado de terror ante la potestad de la madre. Había sido fulminante. Se ha encontrado dentro – Página 27BOCACHICO PUCHE " En las aguas del Sinú hay un pez muy singular , el bocachico se llama y nada lo puede igualar . ... a ser conocidos en el mundo entero por la manera como la preparaban , cocinando sus ingredientes en leche de coco . Sus críticos menos sangrientos pensaban que no era más que un aristócrata extasiado en las delicias de los juegos Florales, mientras la nación se desangraba en una guerra civil inacabable. Él fingió leer hasta que no pudo más, y tuvo que esquivar el cuerpo. Lo malo fue que el tiempo pasó y las cartas siguieron llegando, una cada tres o cuatro días de todo el año, y ella no supo cómo devolverlas sin que pareciera un desaire que ya no quería hacer, y sin tener que explicarlo en una carta que su orgullo se negaba a escribir. Florentino Ariza se conmovió, pero apenas si lo dejó notar en el temblor de la voz con que dio las gracias. De pronto, una tarde de finales de enero, la tía puso la labor en la silla y dejó sola a la sobrina en el portal, entre el reguero de hojas amarillas caídas de los almendros. Él dijo: “Demasiado amor es tan malo para esto como la falta de amor”. Despertaron a las seis. Florentino Ariza no se acordaba de Dios sino en las situaciones más difíciles, pero esa vez le dio gracias con toda su alma. Insistió: “Apúrate”. Alguien dijo saber que el cólera estaba haciendo estragos en los pueblos de la Ciénaga Grande. Se preguntó con qué autoridad servía como emisaria del amor una mujer que le había torcido la vida por una carta inocente, pero no se atrevió a decirlo. Desde la primera noche de luna, ambos se hicieron trizas los corazones con un amor de principiantes feroces. TIEMPOS DEL CLERA GABRIEL GARCA MRQUEZ Para Mercedes, por supuesto. En la acera de enfrente había una escuela primaria, y los niños que salían en tropel obligaron al cochero a mantener las riendas firmes para impedir que se espantara el caballo. Empezó a numerar las cartas a partir del primer mes, y a encabezarlas con un resumen de las anteriores como los folletines en serie de los periódicos, por temor de que Fermina Daza no cayera en la cuenta de que tenían una cierta continuidad. Una torcedura de las tripas como un eje de espiral lo levantó en el asiento, la espuma de su vientre cada vez más espesa y dolorosa emitió un quejido, y lo dejó cubierto de un sudor helado. Pues una vez saciada la locura inicial, ambos tomaron conciencia de los riesgos, y el doctor Juvenal Urbino no tuvo nunca la decisión de afrontar el escándalo. Años más tarde, cuando trataba de recordar cómo era en la realidad la doncella idealizada con la alquimia de la poesía, no lograba distinguirla de los atardeceres desgarrados de aquellos tiempos. • PLATOS: CARAPACHO DE JAIBA, ARROZ ATOLLADO CON JAIBAS O CON ALMEJAS, TORTUGA EN CARAPACHO. Si antes de conocer el amor de Fermina Daza no había caído en tantas tentaciones al alcance de la mano, mucho menos iba a hacerlo cuando ya era su prometida oficial. Así terminó pensando en él como nunca se hubiera imaginado que se podía pensar en alguien, presintiéndolo donde no estaba, deseándolo donde no podía estar, despertando de pronto con la sensación física de que él la contemplaba en la oscuridad mientras ella dormía, de modo que la tarde en que sintió sus pasos resueltos sobre el reguero de hojas amarillas del parquecito, le costó trabajo creer que no fuera otra burla de su fantasía. Sudaba a chorros, y la Viuda de Dos le dijo que se quitara el saco, el chaleco, los pantalones, que se quitara todo si quería, qué caraj o, si al fin y al cabo ellos se conocían mejor desnudos que vestidos. El médico, perplejo frente a los visillos de encaje, trató de encontrar el camino del portón, pero se equivocó de rumbo, y en su turbación tropezó con la jaula de los cuervos perfumados. Florentino Ariza los recitaba de memoria a los cinco años, tanto en las clases como en las veladas de la escuela, pero la familiaridad con ellos no le alivió el terror. Ellos se buscaron a tientas como primerizos apurados y se encontraron de cualquier modo, revolcándose sobre los álbumes descuadernados, vestidos, ensopados de sudor, y más pendientes de esquivar los zarpazos furiosos del gato que del de~ sastre de amor que estaban cometiendo. El nuevo peluquero había empezado a demostrar que en realidad tenía la mano fértil, cuando se descubrió que era un violador de novicias buscado por varias policías de las Antillas, y se lo llevaron arrastrando cadenas. Ella soltó una risa profunda, de paloma joven, y volvió a pensar en los ancianos del bote. El sol empezaba a calentar cuando la chalupa del correo se abrió paso por entre el laberinto de veleros anclados, donde los olores innumerables del mercado público, revueltos con la podredumbre del fondo, se confundían en una sola pestilencia. Florentino Ariza le tendió entonces el índice empapado de brandy para que ella lo chupara, como le gustaba hacerlo en los preámbulos del amor de otra época. SE DESTACA EN POPAYÁN EL PLATO DE NOCHEBUENA O PLATO NAVIDEÑO, QUE POR SU CONTENIDO ES EL MÁS COMPLETO DE COLOMBIA, COMPUESTO POR HOJALDRAS, ROSQUILLAS, DULCE BLANCO -MANJAR PAYANES, DIFERENCIADO DEL DE OTRAS REGIONES POR LAS MAYORES PROPORCIONES DE LECHE QUE CONTIENE-, MANJARILLO, DULCE CORTADO, DESAMARGADOS, ENTRE OTROS. Sus ojos empezaron a anegarse de lágrimas fáciles, pero ella fingió ignorarlo. Dijo: “Yo hablaré después con el alcalde”. – En la sociedad del futuro -concluyó-, usted tendría que ir ahora al camposanto, a llevarnos a ella y a mí un ramo de anturios para el almuerzo. Sin tiempo para decirse nada, la señorita Lynch se metía en el dormitorio tan pronto como veía entrar al amante aturdido. Pero Fermina Daza estaba cambiada sin el uniforme escolar, pues llevaba una túnica de hilo con muchos pliegues que le caían desde los hombros como un peplo, y tenía en la cabeza una guirnalda de gardenias naturales que le daban la apariencia de una diosa coronada. No recordaba desde cuándo empezó también a ayudarlo a vestirse, y por último a vestirlo, y era consciente de que al principio lo había hecho por amor, pero desde unos cinco años atrás tenía que hacerlo de todas maneras porque él no podía vestirse por sí solo. Recurrió por último a cuantas yerbas de indios pregonaban en el mercado público, y a cuantos específicos mágicos y pócimas orientales se vendían en el Portal de los Escribanos, pero cuando vino a darse cuenta de la estafa ya tenía una tonsura de santo. Era una reliquia de familia, antigua de más de cien años, tallada por un orfebre de Siena y bendecida por Clemente IV. 2 plátanos verdes y dos maduros. Por primera vez no se ocupó de ella, y ella resentía el cambio. La despertó del hechizo una negra feliz con un trapo de colores en la cabeza, redonda y hermosa, que le ofreció un triángulo de piña ensartado en la punta de un cuchillo de carnicero. La casa estaba a sólo tres cuadras. Ella lo sabía, pero nunca decía nada mientras no eran demasiado evidentes los vapores amoniacales dentro del baño, y entonces los proclamaba como el descubrimiento de un crimen: “Esto apesta a criadero de conejos”. Había venido dos años antes de la localidad marítima de Puerto Padre encomendada por su familia a Florentino Ariza, su acudiente, con quien tenían un parentesco sanguíneo reconocido. Trabajaban en las horas menos pensadas, con una impertinencia que no parecía casual, y para todo el que protestaba tenían la misma respuesta: “Orden de la dirección general”.
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